martes, 30 de septiembre de 2008

Los Tres Chanchitos

Cuenta la leyenda, que hace algún tiempo en el bosque vivían tres hermanos chanchitos. Como el lobo siempre andaba buscando como romper su dieta con los chanchitos, estos decidieron construir una casa para protegerse.

El pequeño construyó una casa de paja para terminar rápido y se fue a jugar. El del medio la hizo de madera y se apresuró para acompañar a su hermano menor. En cambio, el mayor decidió hacerla de ladrillos y regañó a sus hermanos diciéndoles que el lobo les destruiría la casa.

Estaban los dos hermanos menores jugando cuando apareció el lobo. Este persiguió el menor hasta su casa de paja. El chanchito se encerró en su casa pero el lobo sopló y sopló y su casa derribó.

El pequeño chancho corrió y se refugió donde su hermano en la casa de madera. Pero el lobo sopló y sopló y su casa derribó.

Los dos chanchitos corrieron a la casa de ladrillos de su hermano mayor y se escondieron ahí. Como la casa era completamente de ladrillos no había ventanas. Por eso los hermanos chanchitos no se dieron cuenta de que el lobo se aburrió rápidamente y se fue.

Pasaron los días, se acabó la comida y el chanchito mayor empezó a reclamarles a sus hermanos de que si ellos hubieran construido las casas con ladrillos nada de eso habría sucedido.

- La verdad estoy cansado de que te quejés tanto. – Contestó el menor – ya nosotros tomamos una decisión. Te vamos a comer porque tenemos hambre y vos solo te quejás.

Así hicieron los dos hermanos menores gallos de salchichón con el mayor y comieron por unos días. Pero pasaron los días y el hambre volvió. Una noche el menor agarró un cuchillo y se lo clavó en la espina a su hermano.

Por unas semanas el menor comió ricos chicharrones. Pero pasaron los días de nuevo, el chanchito decidió que seguramente el lobo ya se había ido. Abrió la puerta y caminó unos metros.

- Ahora si te voy a comer rico chanchito. – se escuchó la voz del temible lobo.

El chanchito corrió, pero estaba muy gordo después de comer a sus hermanos. El lobo lo atrapó y se lo pudo comer a gusto.

- Tres chanchitos en uno. – pensó el lobo limpiándose los labios.

Mauro Trigueros Jiménez

martes, 9 de septiembre de 2008

La madrugada del reloj

Solo se observa un reloj. Ha estado ahí tres años, dos meses, y unos cuantos días. Está posado sobre un estante de madera que se encuentra a la par de la cama. Señala las dos de la madrugada.

Se escucha la puerta del cuarto abrirse y risas tontas acercándose desde el pasillo. Los dueños de ellas son un joven y su acompañante. Las risas continúan, se oye el crujido de las tablas de la cama. El reloj se mantiene ecuánime sobre su mueble. El pobre reloj, por defecto de la fábrica, solamente posee agujas para mostrar la hora, muchos millones se habrán ahorrado en minuteros.

La pareja se oye entretenida, el reloj se ve tranquilo. De pronto una prenda de ropa cubre al reloj. No se le puede ver, ¿qué hora será?, no creo que aquellos que se oyen por allá les importe mucho, no saben que del reloj dependen muchas cosas.

Parece que el reloj duerme bajo su manto. Si es así, la patada que le está dando su dueño en estos momentos lo debe de haber despertado. Ahora el reloj está en el suelo, si está adolorido no lo demuestra.

La pareja, por mientras, continúa en sus juegos. Las risas se acabaron hace rato, ahora son gemidos y suspiros. La respiración de ambos se empieza a entrecortar, silencio… Ambos gritan de placer. El reloj volvió a la vida, ahora nos enseña que de dos se pasa fácilmente a tres.

Mauro Trigueros Jiménez

domingo, 3 de agosto de 2008

La Gaviota

El señor Arestizábal se encontraba ahí de nuevo, parado sobre el muelle. El mismo muelle en el que él y su abuelo se paraban para ver las naves llegar hace ya tantos años. Entonces era hermoso, pintado de blanco parecía hecho de marfil cuando el sol brillaba, y más allá el magnífico contraste con el azul zafiro del océano.

Que diferente era ahora, no quedaba ni un vestigio de la última pintura, la madera estaba por completo podrida. Lo único azul del mar era uno que otro empaque plástico que llegaba hasta la costa. El sol nunca volvió a brillar, en los días de tormenta el cielo sería totalmente negro azabache si no fuera por esas pinceladas pálidas que le agregaban los rayos, en días de verano la cortina de humo escondía el celeste de la bóveda.

Las horas habían pasado indudablemente, tantas que no quería pensar cuántas habrían en siete décadas.

El abuelo le había dicho que ahí, en ese lugar, desde el muelle, si se observaba con cuidado y paciencia podría ver su espalda, pues nada separaba la vuelta al mundo más que millas y millas de campo azul. También le había dicho que las gaviotas que volaban sobre su cabeza no eran más que las mismas personas que como ellos se habían parado en ese muelle y habían quedado enamoradas con lo que veían.

El señor Arestizábal se rió sin ganas para sus adentros, no habrá nuevas gaviotas, pensó. Nadie se podrá enamorar jamás de este basurero.

Por qué, a sus más de ochenta años, había decidido ir hasta allá. Seguro mucho tenía que ver que todas las personas que lo conocían lo consideraban un viejo indeseable y molesto, incluyendo sus tres ex esposas y sus hijos.

Nada más tenía ya que hacer ahí, el único rincón de su memoria que le podía generar una sonrisa era ese lugar, pero ese lugar ya no existía. Al igual que su vida él se fue degenerando en los excesos y en el abuso. La belleza como la esperanza se había extinguido de la esencia de ambos.

Ese pensamiento generó algo nuevo en el señor Arestizábal, un sentimiento de que él no estaba solo en el mundo. El muelle, era igual que él, es más, era él. Desdichado, abandonado, a punto de morir. Eran dos y eran uno. Por fin, su corazón amaba.

Eso fue lo último que pudo pensar el señor Arestizábal. La emoción lo venció, cayó tendido entre las tablas podridas, una mueca horrible estaba dibujada en su cara. Los músculos de esta no estaban acostumbrados a sonreír.

Ahí quedó para siempre el cuerpo del señor Arestizábal, pudriéndose con su querido muelle. De una palidez asombrosa, tal vez alguien lo hubiera podido confundir con una gaviota.

Mauro Trigueros Jiménez

viernes, 6 de junio de 2008

Apolo

Para Faby,

Por ser mi inspiración y alentarme siempre.

Mucho antes de que esta era empezara, existía una verde península con grandes bosques donde un magno señor gobernaba tranquilamente hasta más allá de donde la vista era capaz de llegar. En este hermoso reino los asuntos de cada quien eran llevados sin preocupación ya que nada existía que comprometiera la armonía o que provocara peligro.

En una pequeña casa de uno de estos bosques vivía un joven y apuesto cazador llamado Apolo. Desde muy niño se interesó por las grandes decisiones que se tomaban en la capital de su patria, en las cumbres del monte Nabil, sin embargo, sabía muy bien que su arte era la caza. Llevaba siempre consigo un arco, un carcaj lleno de sagitas y una imponente lanza.

Uno de aquellas tardes en las que Apolo caminaba entre los arboles del bosque, mientras buscaba algún animal que acechar, se escuchó una sublime melodía. Apolo no sabía distinguir bien si era un canto, podía ser también la tonada de un arpa. Siguió el sonido adentrándose más y más por los angostos senderos hasta que se encontró frente a la espalda desnuda de una joven.

Disculpa bella doncella, soy Apolo, he escuchado un hermoso sonido y ha resultado ser tu voz, ¿quién sos?

La joven volteó ligeramente su cuerpo, sin embargo su desnudez quedó cubierta por un fuerte resplandor que emanaba del cuerpo de la doncella.

Mi nombre es Dafne. Me maravilla que estés aquí, nadie que ha escuchado mi canto ha podido encontrarme. Sin embargo, esto quiere decir que ya me puedo retirar de estos bosques, pues mi espíritu es libre.

¡No te vayas! –exclamó Apolo− ven conmigo, juntos viviremos disfrutando de las bondades de esta tierra.

No puedo hacerlo, adiós.

Dafne se levantó y corrió a través del bosque. Apolo la siguió gritando su nombre hasta que llegaron a un acantilado donde Dafne se lanzó. Apolo asustado dirigió su mirada por el borde, vio entonces como un fuerte destello se elevaba hasta el cielo para explotar en miles de pequeños puntos que iluminaron el oscuro cielo de luna nueva.

Apolo se quedó un buen tiempo observando estos nuevos puntos en el cielo, las nuevas estrellas. Más tarde se levantó, atrapó a un par de liebres y se dirigió a su casa, pues Leto, su madre, debía estar preocupada.

Después de eso, cada noche que él salía a cazar, la más hermosa de todas las estrellas bajaba y se unía al cuerpo de Apolo, dándole a este un fuerte resplandor. Desde entonces el joven y apuesto cazador fue reconocido bajo el nombre del “resplandeciente”.

Mauro Trigueros Jiménez

sábado, 24 de mayo de 2008

Brindo por... Joaquín

Brindo por vos, pirata cojo,

Rey de faldas de bares,

Fumador roquero ronco,

Maestro poeta en cantares.


Brindo por el hombre del traje gris

De bombín, de bastón y sin pena.

El ladrón del mes de abril

Preferido de la Magdalena.


Brindo por Fito en Argentina

El más íntimo de tus enemigos

Y por Joan Manuel que en una gira

Le dio a dos pájaros de un tiro.


Brindo por Abelardo y Eloisa

Que les llovió sobre mojado

Y por la soledad de Cristina

Y por todas tus aves de paso.


Brindo por la calle melancolía

Por los peces del whisky on the rocks

Por volver con la frente marchita

Por las noches peor para el sol.


Brindo porque nos sobran los motivos

Por brindar por el genio de Úbeda

Porqué tan joven y tan viejo ha vivido

Con nosotros, sus noches húmedas.

David Ching Vindas

martes, 20 de mayo de 2008

Catador de la Vida

En una vida donde el descanso es un lujo, en donde los sueños se evaporan para dar paso a una pausa oscura, en estos tiempos con solo fines, sin medios, en ese escenario nos toca actuar, cada día la obra se torna más ligera, más superficial.

En cada espacio que me ofrecen mis actos respiro la vida, la percepción, la alegría, el dolor, el placer y los perfumes. En un cuadro acelerado logro sentir la frescura de la brisa que se escurre por el bosque.

Hermoso se torna lo otrora incómodo, el martilleo del herrero, los gritos en el mercado, el hedor de los callejones. A veces es antojadizo el sentimiento de asco, mas no lo desmenuzamos, no lo destruimos, no hacemos nada con él hasta que ya es tarde, hasta que ya lo perdemos.

La vida es un tejido, cada acto es un hilo que la aguja de los segundos se encarga de juntar. Es fresca sin duda la brisa y el mar, el fuego y la montaña, el ave y el pantano.

Por qué te cuesta tanto sentirlo, leña, das vida pero no la recibes, otoño, no te dejes llevar por el viento si una huella no queda por donde pasas. Vivo, exprimo ese instante tan tenso, aflójate bestia, sal del laberinto para que escudriñes el tesoro.

Fresco estoy en este pequeño instante, he vivido y pronto este soplo perecerá, acaso estoy listo para darle vida al siguiente. No importa si he de tener miedo, esa será la señal de que ha nacido.

Mauro Trigueros Jiménez

viernes, 16 de mayo de 2008

Preparativo

La mañana ya estaba llegando a su punto medio. Los rayos del sol que atravesaban el cristal se podían notar gracias a las flotantes partículas de polvo de toda la habitación. En un rincón del cuarto un par de ratas luchaban por los desperdicios de la comida. Las paredes de madera ya no se podían ver por culpa de los estantes atestados de libros, que debían sumar unos mil.

El viejo escribía su última carta encima del escritorio. Sabía que su fin se encontraba muy cerca y, por lo tanto, había varias cosas que debía poner en orden. La carta no iba dirigida a nadie, pero sentía que era su responsabilidad que la persona que encontrara su cuerpo, quien sabe en cuantos años, supiera qué valía la pena dentro de todo ese desorden.

…mi vida la consagré a la escritura. Dentro de esta montaña de libros se encuentran obras de invaluable estima. Obviamente las mías no forman parte de esa descripción, sin embargo ellas también se encuentran ahí. Le imploro que no juzgue ligeramente lo que he escrito, ya que mi vida, causa fundamental de la totalidad de mis obras, es la verdadera novela. Hoy se suponía que empezaría el relato de ella, sin embargo me encuentro con la dificultad que hoy moriré. Si en verdad deseara conocerla hay en este lugar suficientes caminos para su descubrimiento.

Dejó a un lado la pluma y se levantó pues la dama había llegado. Con la mano izquierda tomó su bastón para pasear y con la derecha la mano de pálida blancura, escondida dentro del esquelético guante, que le ofrecía su acompañante.

Mauro Trigueros Jiménez

martes, 13 de mayo de 2008

El Miedo

Toda la valentía que mostraba al subirme a la avioneta pareciera que quedó allá abajo en la pista de aterrizaje. En el momento en que el piloto le dio la señal al encargado indicando que ya nos encontrábamos en la altura idónea mi corazón comenzó a bailar al ritmo de la taquicardia y el resto de mi cuerpo se contorsionó bajo la sensación de un fuerte escalofrío.

El encargado llamó al primero de la fila recordándome la imagen del ganado cuando se dirige al matadero. Aquel comprobó si todo el equipo del otro estaba acomodado de forma adecuada y le recordó algunas indicaciones.

El primer, llamémosle suicida, se dejó caer al vacío proporcionándole a mi corazón un ritmo aún más acelerado. De esa manera, uno tras otro, los demás suicidas se lanzaban de la avioneta para que, unos segundos después, grandes hongos de colores crecieran sobre sus cabezas suavizando la caída.

― ¡Que mal!, si a todos se les abrió el paracaídas, todo indica que el mío no lo va a hacer. ―me dije en un murmullo.

― ¡Solo falta usted! ―exclamó el encargado mientras me señalaba. Sintiendo una importante falta de fuerzas en mis piernas caminé hacia él.

― Recuerde, a partir de los diez segundos ya puede abrir el paracaídas si lo desea. ―me dijo.

Me ubiqué en el espacio de la puerta y sentí unas pequeñas gotas de agua que se adherían a mi cara mientras se mezclaban con el sudor. Miré hacia abajo y lo único que vi fueron las blancas nubes que irónicamente me recordaban una gran almohada.

― ¿Listo? ―preguntó el encargado.

― Si. ―respondió alguien más desde mi cuerpo.

― Bueno, ya.

Una fuerza que parecía ajena a mí dobló mi cuerpo hacia el frente. Cerré los ojos y al abrirlos lo único que vi fue a mi cuerpo mientras se dejaba caer.

Mauro Trigueros Jiménez

sábado, 3 de mayo de 2008

Nuestra América

¿La historia de mi pueblo?, no te la podría relatar ni aunque tuviera toda la vida. Sin embargo, te puedo contar lo que es para mí nuestra América.

Mi pueblo es un universo. Su gente es como los colores del iris, diferentes entre sí pero parte de un mismo conjunto. Las raíces son profundas y no se diferencia claramente si son de pinsapo o de mangle, se podría decir que de las dos.

La vida aquí está llena, podríamos decir, de aguaceros de mieles frutales y de cantos con guitarras. De lindos aguacates y de fuertes olivos. La vida aquí es una mezcla, mezcla de una Iberia añeja y de una antigüedad tropical.

Caminos de tierra, ojos oscuros y arena negra. Mi tierra es una sola aunque tantos no quieran verlo. La codician muchos y al igual que cuando vino Hernán Cortez, las malinches la venden al mejor postor. A veces me parece que cuando le hacen daño, mi América sangra amargo como el café de sus tierras.

“Nuestra América es mi madre” dirá mi tumba, pero creo que va a morir ella antes que yo. Todas sus costumbres se van perdiendo para no volver más. Aún recuerdo cuando de niño mis amigos y yo podíamos correr por cualquier cafetal y subirnos a los árboles de guayaba y robarnos unas cuantas. Eso ya no se puede, ha venido la civilización con su propiedad privada, sus vallas y sus cámaras.

Espero que estas lágrimas que ve caer no le alteren su percepción del relato. Además ya le había advertido que no podría contarle la historia de mi pueblo.

Mauro Trigueros Jiménez

viernes, 2 de mayo de 2008

El camino de Vilo

Desde que había llegado a ese lugar sentía una profunda nausea en sus entrañas semejante a cuando se ingiere grandes cantidades de fuerte licor con el estómago vacío. La vista constantemente se le revolvía en todas las direcciones y cuando trataba de apoyarse en cualquier superficie esta le quemaba la carne y le producía unas grandes ampollas.

El placer que aclamaba a grandes voces, para luego convertirse en horribles alaridos de suplica por un alivio, era correspondido con indiferencia o con el eco de sus mismos gritos.

Si no había nadie para socorrerle qué sentido tenía aullar. De pronto la nausea cesó. Vilo se incorporó solo para apreciar un dolor inimaginable. Este se sentía como si a través de cada poro se introdujera una aguja a punto de fundirse. El dolor iba profundizándose en su cuerpo hasta que llegó a su sangre. Con cada palpitación del corazón fuego líquido se extendía hasta el último rincón de su cuerpo.

Ni siquiera Dante hubiera sido capaz de concebir tales castigos. Era sufrimiento puro e incesante. Vilo ya estaba agotado. Su mente solo le brindaba imágenes confusas. Todo en su vista se mezclaba, a veces distinguía un objeto, pero este tenía una forma totalmente diferente a la que recordaba.

A lo lejos grandes cortinas de humo escondían el filo del abismo, si es que este existía. El dolor empezó a ceder, Vilo se levantó de nuevo y empezó a caminar. El remolino de imágenes le confundían los demás sentidos. Altos edificios negros se levantaban a ambos lados del corredor de piedra. Al fin la muerte había caído, en aquel callejón ya podía reposar.

Mauro Trigueros Jiménez

jueves, 1 de mayo de 2008

Yo soy el Diablo

He comprobado en carne propia lo que es que fomenten una mala reputación. En serio, desde el inicio de los tiempos mi fama no ha sido, lo que podríamos decir, la mejor.

La verdad es que no puedo culpar a nadie, todos aman a la enfermera que entrega el bebé a la madre, pero nadie siente ni siquiera el mínimo sentimiento de afecto al enterrador que nos ciega por siempre de la imagen de nuestro padre.

Este es mi caso, todos aman al que crea las bellezas del mundo, pero cuando la opinión es hacia aquel que se encarga de su destrucción hasta yo tendría uno que otro insulto para dirigirle.

Pero, si no hay nadie que se encargue de transformar y derribar el orden establecido, no se habrían cansado ya todos los seres de siempre lo mismo, de una existencia sin emociones, retos, adversidades y hasta, por qué no, tragedias. Todo eso viéndolo desde una visión poco pesimista, porque, es igual de posible que si no existiera algo, o alguien, que se encargue de destruir y cambiar las cosas, estaríamos destinados a vivir en una eterna pausa, o peor aún, en una infinita descomposición y degradación del universo.

Cómo reconocer lo bello sin lo grotesco, lo satisfactorio sin lo aberrante, lo exquisito sin lo asqueroso. Cómo, te pregunto amigo mío, podrías ser feliz si yo no promoviera tu pesar.

Mauro Trigueros Jiménez

miércoles, 30 de abril de 2008

Desnudo en el Pretil

Si no… justamente el día más frío del mes tenía que pagar la apuesta del partido. Como supuse que así no me dejarían subir al autobús, agarré lo primero que tenía a mano… ¡Qué mala suerte para la bata de biología de mi hermana!

Ya frente al edificio, un enorme girasol me observaba como si me estuviera sonriendo de manera muy burlona. Creo que él sabía lo que se avecinaba.

Adiós bata, hola todo el mundo. Así como nací sólo que esta vez con un poco más de pelo caminé frente a la línea de personas que me veían con sorpresa.

¡Mae, vea que vacilón, ese compa anda chingo! –escuché por ahí.

Creo que hubiera sentido un poco más de vergüenza si la corriente de viento no hubiera estado tan helada.

Si mi amigo estaba presente o no para comprobar si cumplí mi apuesta, no lo supe, porque en menos de dos minutos escuché la esperada voz autoritaria.

− Muchachito, tápese un poco y me acompaña a la patrulla que esto no es un circo.

Creo que la chiflada que siguió a estas palabras debió de haberse escuchado allá por las piscinas. O tal vez no, siendo optimista diré que solamente una docena de personas se habrán dado cuenta.


Mauro Trigueros Jiménez

viernes, 11 de abril de 2008

Marisol

En un fresco valle de algún país latinoamericano existió una vez una sublime dama. Marisol era su nombre, y sus encantos eran tantos que su padre tenía que rechazar a por lo menos media docena de pretendientes cada semana. Marisol estaba consciente de la situación, pero su corazón ya estaba entregado a alguien, su juventud.

Marisol cuidaba con esmero su belleza cada día. Dedicaba el tiempo entre el alba y el ocaso tratando mediante diferentes técnicas a conservar su suave y perfecta imagen. Así siguió siendo durante las restantes dos décadas que su padre estaría con vida. El único cambio fue el paulatino descenso de las visitas de los pretendientes. Marisol se imaginaba que esto ocurría porque ya ellos sabían cual iba a ser el desenlace de su visita.

Pasaron los años y Marisol seguía observando esa hermosa imagen del espejo. Un día ya ningún pretendiente tocó su puerta y de esa manera ella por fin sintió una completa alegría en su corazón. Deseaba tener privacidad para manifestar ese amor entre ella y su querida juventud.

Un día, siendo ya octogenaria y todavía enamorada de su imagen y juventud, Marisol bajó para recibir el correo. Solo había un sobre que se lo mandaba una prima y que contenía una foto y una nota: “Marisol, esta sos vos y tu padre hace 60 años.”

Marisol miró la foto y quedó horrorizada. Esa no era ella. No podía serlo. Subió tan rápido como su vieja cadera se lo permitía y se miró al espejo.

− ¡Nooo! –gritó y empezó a llorar desconsoladamente.

Cuando logró tranquilizarse un poco, se incorporó y se miró al espejo. La imagen era la de una anciana, con todas sus arrugas y sus canas. Una hermosa anciana se podría decir. Pero para Marisol la imagen era horrible, la detestaba.

Desde entonces Marisol nunca más volvió a sentir felicidad. Odiaba al tiempo, al espejo, a la foto, a su padre, a los pretendientes, los odiaba a todos. Le habían robado lo único que ella tenía, su juventud.


Mauro Trigueros Jiménez

miércoles, 9 de abril de 2008

Pasillo 43

La vieja biblioteca abrió, como siempre, sus puertas a las nueve. Nos encontramos en el pasillo 43, que es mi favorito. En él se encuentran los libros más viejos de la ciudad. Se puede leer desde actas de independencia, libros de naturalistas del siglo XVIII y antiguos periódicos.

Como se podrán imaginar me gusta leer, pero esta no es la razón por la que me encuentro aquí. Estoy en este lugar para pintar. Pintar cuadros en mi mente donde cada libro es un tono diferente.

Cuál es mi método, se preguntarán. Depende del tipo de obra que desee pintar. Si fuera un cuadro impresionista acercaría mi nariz a un libro y aspiraría de manera entrecortada sus páginas. Si quisiera, por el contrario, hacer un fresco me dejaría embriagar por el aroma de algún libro especialmente viejo. Cabe recordar que un libro es como un buen vino, hay que dejarlo añejar.

Fue costoso dominar la técnica, pues ningún libro, aunque sea idéntico en apariencia y edad, huele igual a otro. Hay veces que quisiera pintar algo en espacial, pero como no recuerdo donde estaba cierto libro, tengo que volver a empezar.

¡Ay! Pero miren la hora. Se me ha pasado el tiempo contando esto. Ahora debo retirarme pues el sol ya calienta los libros y mis pinturas estás más vivas que nunca.


Mauro Trigueros Jiménez

miércoles, 2 de abril de 2008

Hombre Nuevo

La hora del día se dejaba ver en el tono dorado de las hojas. Ahí estaba él mirando el paisaje, como todas las tardes. Su figura semejaba la de un titán de bronce. Que imagen tan potente, costaba creer que perteneciera a un hombre cualquiera.

Su mirada siguió postrada en el panorama unos cuantos minutos más. Cansado como estaba agradeció al aire poder descansar aunque fuera hasta la madrugada siguiente. Por fin, tornó su espalda al espacio y se dirigió al árbol más cercano.

Apoyó su fusil contra el tronco y descansó su cuerpo en este. Sacó de uno de sus bolsillos su gastada pipa, y le pidió a un camarada cercano un poco de tabaco. Mientras la alistaba repasó en su mente las acciones del día. En el alba habían atacado el regimiento del ejército y no habían tenido una sola baja, es más, cuatro soldados decidieron unírseles.

Siempre debía tener mucho cuidado cuando esto ocurría, pues no podía negar el ingreso a quien quisiera acompañarlos, pero cada nuevo integrante significaba un resentimiento en la disciplina y un potencial traidor.

El día siguiente debían partir muy temprano, pues las fuerzas del dictador seguramente estarían buscándolos por esa zona. Debían volverse invisibles por lo menos hasta que recibieran instrucciones de coordinación procedentes de la primera columna.

Empezó a fumar su pipa y se sentó en la base del árbol. Abrió su maletín y sacó un descuidado cuaderno y un lápiz. La poesía, a diferencia de la tiranía y la guerra, era inmortal, él lo sabía, es más, esta era la razón por la cual la escribía.

Empezó el trazo del primer verso cuando se escuchó el sonido de un helicóptero. Este no lo distrajo mucho pues era uno de los sonidos más conocidos en la selva, lo había escuchado desde el primer día de su lucha en la guerrilla. Continuó escribiendo hasta terminar la primera estrofa.

A ti también te duele,

el sufrir de mi gente.

Por esto es que te amo

dulce patria fuerte.

El sonido del helicóptero creció más y más. Los otros guerrilleros ya le gritaban para que se tirara al piso. Puso su cuaderno junto a su pecho y rodó en la tierra. El helicóptero pasó justamente encima del campamento.

Cuando parecía que el peligro se alejaba, rugió un silbido de muerte. Un misil había sido disparado. Luego del sonido de la fuerte explosión, se levantó rápidamente y se posó donde había estado hace un tiempo. El paisaje otrora hermoso no era ya más que un montón de árboles en llamas.

Sin pensarlo juntó el fusil y se lo colgó al hombro, dio la orden a sus camaradas y se internaron en lo profundo de la selva.


Mauro Trigueros Jiménez

lunes, 31 de marzo de 2008

La piedra

¡Plum! Un resorte de su duro colchón rompió la frágil tela y se hundió en la desnuda espalda. Señal inequívoca de que un nuevo día había empezado. El agua fría de la ducha le ayuda a terminar de despertarse. Luego de la camisa y el saco de rigor solamente queda encender el automóvil.

Recoge antes un poco su dormitorio. Duras están las sábanas y dura la cama. Dura también una extraña piedra que sobresale en el armario. Mira la roca durante un segundo y la acaricia con sus dedos: ve su tono rojizo y siente su forma acorazonada. Es aquella que le regaló su novia. Lo más sobresaliente de ella es una hermosa pintura de la playa.

Cierra los ojos y al abrirlos se encuentra en ella. Está sentado en la arena mojada que se le mente en los pantalones. La espuma se rompe desde sus zapatos hasta los codos. Vuelve a cerrar sus ojos pero esta vez para sentir la brisa en su cara. Los rayos del sol calientan su pecho.

Le encanta sentir la suavidad del escenario. Su infinidad de momentos dentro de la solidez milenaria.

Ahora el motor del carro está encendido y él en la calle. Sabe que no podría siquiera salir de la casa si no fuera por esa linda piedra que él, de forma misteriosa y hasta sospechosa, encuentra a diario.


Mauro Trigueros Jiménez

martes, 18 de marzo de 2008

Soliloquio Desesperado

Maldición. Única palabra posible. Aún recuerdo esas tiernas manos que sutilmente me acari…. No, no debo pensar más en eso. Ya es parte del pasado y debo continuar. Es cierto que las extraño, su forma delicada y su… Ya. No más. Es momento que ponga mi cabeza en otro lado, de lo contrario, no podré más y tendré otro de mis colapsos.

Trataré de continuar con mi trabajo. La investigación se ha atrasado mucho y seguramente el director no aceptará una excusa más.

Antes era diferente. No existían las preocupaciones. Si nos faltaba algo, lo solucionábamos juntos. Era muy atenta ella. Con su sonrisa me tranquilizaba, sus ojos eran cómo las aguas de un río cristalino y su boca suavemente me transportaba a ese mundo de… No lo puedo creer, me pasa de nuevo, no puedo apartar mi mente de ella.

Si continúo así pronto perderé la razón. O la habré perdido ya. Ni eso se. Maldición. Única palabra posible. Que extraño se siente la locura apoderándose de mi mente.

¡Ya!

Debo dejar de divagar. No volveré a pensar más en eso, en la vida. Vida solitaria antihumana. Soledad, nunca nadie me advirtió de tu fuerza.

Talvez deba entregarme y sumergirme en mis pensamientos. Tu cuerpo nunca lo tendré de nuevo. Tu alma se llevó a la mía, ellas viven felices, pero a mi me dejaste desnudo.

Maldición. Única palabra posible.


Mauro Trigueros Jiménez

domingo, 16 de marzo de 2008

Mango

Era domingo. Día de mejenga. Me había despertado temprano para poder agarrar el bus en La Merced. Durante el viaje la panza no me dejaba en paz. No había desayunado nada para poder pagar la entrada al estadio.

Como cerca del aeropuerto había una maldita presa, y ya casi eran las once decidí correr. Ya en Alajuela pasé al lado del Parque Santamaría, el olor conocido y tropical de los mangos hizo que las tripas me brincaran. Me detuve para agarrar uno, pero el rugido del estadio me devolvió de mi somnolencia y continué corriendo.

Estaba ya a unos metros de la boletería cuando un hombre se interpuso en mi camino:

Deme todo mi hermanillo, que esa vara se oye buena.

Mientras mi mente le recordaba la madre a mi asaltante le desembolsé los tres billetes rojos que había ahorrado en la semana. Me devolví a la parada sin nada en mi bolsillo, y peor, sin nada en mi estómago.

De pronto me llegó el aroma tropical de nuevo. Al menos iba a poder comerme un mango.

Mi alegría se convirtió de nuevo en decepción cuando me di cuenta que el olor tan penetrante era porque todas las frutas estaban podridas y aplastadas. Sin esperanzas apoyé mi espalda en la estatua del tamborcillo.

Entonces todo se tornó negro y unas cuantas chispas giraban. Un enorme objeto me había golpeado la cabeza. Fue cuando vi al mango más grande que he conocido. Casi me había desnucado, pero eso no me había quitado el hambre.

Lo rejunté y lo oprimí un poco para ver que tan maduro estaba. Se encontraba duro pero cedía a la presión de mis manos. Sin pensarlo le zampé un bocado. Sentí como la dulce miel fluía por mis venas y me revitalizaba.

El estadio volvió a rugir, pero poco me importaba ya. El sentir como algo tan primario se fusionaba conmigo era mejor placer.


Mauro Trigueros Jiménez

jueves, 10 de enero de 2008

La última oportunidad


De pronto, sin darme cuenta de hacia donde caminaba, mis pies me llevaron a las fiestas del pueblo.


Al pasear entre las distintas atracciones me detuve frente a una que se notaba especialmente insegura. Mientras estudiaba con atención las diferentes expresiones en las caras de aquellas personas que formaban una fila sentí algo que se apoyaba en mi hombro.

Me volteé lentamente pues la atracción había empezado a andar y me interesaba mucho el cambio que estaba a punto de producirse en la cara de los participantes. Mas cuando vi por el rabillo del ojo que la mano que tenía encima pertenecía a Francisca, mi antigua esposa, se me olvidaron todos aquellos sin nombre del juego.

– ¿Cómo está Mateo? – Me preguntó con una sonrisa en su cara que mostraba sus acostumbrados camanances.

Le iba a contestar, pero al notar el vacío de su mirada y el contraste con su sonrisa, mi cuerpo quedó helado y de mi boca no salió ni un sonido.

– Venga, acompáñeme y nos tomamos algo en aquella cafetería. Ahí nos podemos poner al día . Continuó sin que le importara que no le hubiera respondido.

Asentí con mi cabeza. Caminamos sin decirnos nada y entramos a aquel local que me parecía extrañamente familiar aunque no recordara haber estado ahí antes. Nos sentamos en una mesa alejada y pronto llegó el mesero con un trapo para limpiarla que más bien parecía que era para ensuciarla más.

– ¿Qué desean ordenar? – preguntó aquel mesero con una voz sorprendentemente aguda para su contextura.

– A mí un café con leche –, respondió ella, y volviéndose a mí dijo – a usted un trago o algo así me imagino.

– No, ya no tomo –. Le respondí notando que era la primera vez que hablaba – Solamente quiero un vaso de agua.

El mesero se retiró. Francisca se quedó mirándome fijamente. El vacío en sus ojos se tornó insoportable.

– ¡¿Qué pasa?! – exclamé sin aguantar más esa mirada.

– Nada, solo que hay cosas que son mejor olvidar – comentó ella tranquilamente.

¿Cómo cuáles? pregunté.

Como esa, mejor olvídela . Observando su reloj agregó Cuánto tiempo ha perdido, pronto me iré.

No sabía a que se refería. Bajé la mirada un momento y de pronto lo entendí. Tantos años y tantas oportunidades y al fin lo supe. Subí la cabeza con la intención de decir una sola palabra, la necesaria...

Solo estaba el techo frío y gris de la celda, me había despertado el sonido seco y fuerte de los zapatos del guardia.

No recordaba la última parte del sueño, pero el sueño… era el mismo de hace años.

Me levanté y me quedé sentado mientras pensaba. Habían pasado ya seis años y un poco más desde aquel incidente en la cafetería donde de un arrebato acabé con la vida de mi mujer. Y ni siquiera este día, día de mi ejecución, me había arrepentido.

Vamos , dijo el guardia ya casi es hora.


Mauro Trigueros Jiménez