viernes, 16 de mayo de 2008

Preparativo

La mañana ya estaba llegando a su punto medio. Los rayos del sol que atravesaban el cristal se podían notar gracias a las flotantes partículas de polvo de toda la habitación. En un rincón del cuarto un par de ratas luchaban por los desperdicios de la comida. Las paredes de madera ya no se podían ver por culpa de los estantes atestados de libros, que debían sumar unos mil.

El viejo escribía su última carta encima del escritorio. Sabía que su fin se encontraba muy cerca y, por lo tanto, había varias cosas que debía poner en orden. La carta no iba dirigida a nadie, pero sentía que era su responsabilidad que la persona que encontrara su cuerpo, quien sabe en cuantos años, supiera qué valía la pena dentro de todo ese desorden.

…mi vida la consagré a la escritura. Dentro de esta montaña de libros se encuentran obras de invaluable estima. Obviamente las mías no forman parte de esa descripción, sin embargo ellas también se encuentran ahí. Le imploro que no juzgue ligeramente lo que he escrito, ya que mi vida, causa fundamental de la totalidad de mis obras, es la verdadera novela. Hoy se suponía que empezaría el relato de ella, sin embargo me encuentro con la dificultad que hoy moriré. Si en verdad deseara conocerla hay en este lugar suficientes caminos para su descubrimiento.

Dejó a un lado la pluma y se levantó pues la dama había llegado. Con la mano izquierda tomó su bastón para pasear y con la derecha la mano de pálida blancura, escondida dentro del esquelético guante, que le ofrecía su acompañante.

Mauro Trigueros Jiménez

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gustó mucho.

Me agrada la simpleza con que se ve a la muerte, como una amiga, una pálida dama que nos lleva a otro lugar.
Me agrada el punto de vista de un humilde anciano preparado para su muerte
Me agrada el sentimiento de alguien que se dedicó a algo con tanta pasión

Realmente muy bueno.
¡Felicidades!