sábado, 24 de mayo de 2008

Brindo por... Joaquín

Brindo por vos, pirata cojo,

Rey de faldas de bares,

Fumador roquero ronco,

Maestro poeta en cantares.


Brindo por el hombre del traje gris

De bombín, de bastón y sin pena.

El ladrón del mes de abril

Preferido de la Magdalena.


Brindo por Fito en Argentina

El más íntimo de tus enemigos

Y por Joan Manuel que en una gira

Le dio a dos pájaros de un tiro.


Brindo por Abelardo y Eloisa

Que les llovió sobre mojado

Y por la soledad de Cristina

Y por todas tus aves de paso.


Brindo por la calle melancolía

Por los peces del whisky on the rocks

Por volver con la frente marchita

Por las noches peor para el sol.


Brindo porque nos sobran los motivos

Por brindar por el genio de Úbeda

Porqué tan joven y tan viejo ha vivido

Con nosotros, sus noches húmedas.

David Ching Vindas

martes, 20 de mayo de 2008

Catador de la Vida

En una vida donde el descanso es un lujo, en donde los sueños se evaporan para dar paso a una pausa oscura, en estos tiempos con solo fines, sin medios, en ese escenario nos toca actuar, cada día la obra se torna más ligera, más superficial.

En cada espacio que me ofrecen mis actos respiro la vida, la percepción, la alegría, el dolor, el placer y los perfumes. En un cuadro acelerado logro sentir la frescura de la brisa que se escurre por el bosque.

Hermoso se torna lo otrora incómodo, el martilleo del herrero, los gritos en el mercado, el hedor de los callejones. A veces es antojadizo el sentimiento de asco, mas no lo desmenuzamos, no lo destruimos, no hacemos nada con él hasta que ya es tarde, hasta que ya lo perdemos.

La vida es un tejido, cada acto es un hilo que la aguja de los segundos se encarga de juntar. Es fresca sin duda la brisa y el mar, el fuego y la montaña, el ave y el pantano.

Por qué te cuesta tanto sentirlo, leña, das vida pero no la recibes, otoño, no te dejes llevar por el viento si una huella no queda por donde pasas. Vivo, exprimo ese instante tan tenso, aflójate bestia, sal del laberinto para que escudriñes el tesoro.

Fresco estoy en este pequeño instante, he vivido y pronto este soplo perecerá, acaso estoy listo para darle vida al siguiente. No importa si he de tener miedo, esa será la señal de que ha nacido.

Mauro Trigueros Jiménez

viernes, 16 de mayo de 2008

Preparativo

La mañana ya estaba llegando a su punto medio. Los rayos del sol que atravesaban el cristal se podían notar gracias a las flotantes partículas de polvo de toda la habitación. En un rincón del cuarto un par de ratas luchaban por los desperdicios de la comida. Las paredes de madera ya no se podían ver por culpa de los estantes atestados de libros, que debían sumar unos mil.

El viejo escribía su última carta encima del escritorio. Sabía que su fin se encontraba muy cerca y, por lo tanto, había varias cosas que debía poner en orden. La carta no iba dirigida a nadie, pero sentía que era su responsabilidad que la persona que encontrara su cuerpo, quien sabe en cuantos años, supiera qué valía la pena dentro de todo ese desorden.

…mi vida la consagré a la escritura. Dentro de esta montaña de libros se encuentran obras de invaluable estima. Obviamente las mías no forman parte de esa descripción, sin embargo ellas también se encuentran ahí. Le imploro que no juzgue ligeramente lo que he escrito, ya que mi vida, causa fundamental de la totalidad de mis obras, es la verdadera novela. Hoy se suponía que empezaría el relato de ella, sin embargo me encuentro con la dificultad que hoy moriré. Si en verdad deseara conocerla hay en este lugar suficientes caminos para su descubrimiento.

Dejó a un lado la pluma y se levantó pues la dama había llegado. Con la mano izquierda tomó su bastón para pasear y con la derecha la mano de pálida blancura, escondida dentro del esquelético guante, que le ofrecía su acompañante.

Mauro Trigueros Jiménez

martes, 13 de mayo de 2008

El Miedo

Toda la valentía que mostraba al subirme a la avioneta pareciera que quedó allá abajo en la pista de aterrizaje. En el momento en que el piloto le dio la señal al encargado indicando que ya nos encontrábamos en la altura idónea mi corazón comenzó a bailar al ritmo de la taquicardia y el resto de mi cuerpo se contorsionó bajo la sensación de un fuerte escalofrío.

El encargado llamó al primero de la fila recordándome la imagen del ganado cuando se dirige al matadero. Aquel comprobó si todo el equipo del otro estaba acomodado de forma adecuada y le recordó algunas indicaciones.

El primer, llamémosle suicida, se dejó caer al vacío proporcionándole a mi corazón un ritmo aún más acelerado. De esa manera, uno tras otro, los demás suicidas se lanzaban de la avioneta para que, unos segundos después, grandes hongos de colores crecieran sobre sus cabezas suavizando la caída.

― ¡Que mal!, si a todos se les abrió el paracaídas, todo indica que el mío no lo va a hacer. ―me dije en un murmullo.

― ¡Solo falta usted! ―exclamó el encargado mientras me señalaba. Sintiendo una importante falta de fuerzas en mis piernas caminé hacia él.

― Recuerde, a partir de los diez segundos ya puede abrir el paracaídas si lo desea. ―me dijo.

Me ubiqué en el espacio de la puerta y sentí unas pequeñas gotas de agua que se adherían a mi cara mientras se mezclaban con el sudor. Miré hacia abajo y lo único que vi fueron las blancas nubes que irónicamente me recordaban una gran almohada.

― ¿Listo? ―preguntó el encargado.

― Si. ―respondió alguien más desde mi cuerpo.

― Bueno, ya.

Una fuerza que parecía ajena a mí dobló mi cuerpo hacia el frente. Cerré los ojos y al abrirlos lo único que vi fue a mi cuerpo mientras se dejaba caer.

Mauro Trigueros Jiménez

sábado, 3 de mayo de 2008

Nuestra América

¿La historia de mi pueblo?, no te la podría relatar ni aunque tuviera toda la vida. Sin embargo, te puedo contar lo que es para mí nuestra América.

Mi pueblo es un universo. Su gente es como los colores del iris, diferentes entre sí pero parte de un mismo conjunto. Las raíces son profundas y no se diferencia claramente si son de pinsapo o de mangle, se podría decir que de las dos.

La vida aquí está llena, podríamos decir, de aguaceros de mieles frutales y de cantos con guitarras. De lindos aguacates y de fuertes olivos. La vida aquí es una mezcla, mezcla de una Iberia añeja y de una antigüedad tropical.

Caminos de tierra, ojos oscuros y arena negra. Mi tierra es una sola aunque tantos no quieran verlo. La codician muchos y al igual que cuando vino Hernán Cortez, las malinches la venden al mejor postor. A veces me parece que cuando le hacen daño, mi América sangra amargo como el café de sus tierras.

“Nuestra América es mi madre” dirá mi tumba, pero creo que va a morir ella antes que yo. Todas sus costumbres se van perdiendo para no volver más. Aún recuerdo cuando de niño mis amigos y yo podíamos correr por cualquier cafetal y subirnos a los árboles de guayaba y robarnos unas cuantas. Eso ya no se puede, ha venido la civilización con su propiedad privada, sus vallas y sus cámaras.

Espero que estas lágrimas que ve caer no le alteren su percepción del relato. Además ya le había advertido que no podría contarle la historia de mi pueblo.

Mauro Trigueros Jiménez

viernes, 2 de mayo de 2008

El camino de Vilo

Desde que había llegado a ese lugar sentía una profunda nausea en sus entrañas semejante a cuando se ingiere grandes cantidades de fuerte licor con el estómago vacío. La vista constantemente se le revolvía en todas las direcciones y cuando trataba de apoyarse en cualquier superficie esta le quemaba la carne y le producía unas grandes ampollas.

El placer que aclamaba a grandes voces, para luego convertirse en horribles alaridos de suplica por un alivio, era correspondido con indiferencia o con el eco de sus mismos gritos.

Si no había nadie para socorrerle qué sentido tenía aullar. De pronto la nausea cesó. Vilo se incorporó solo para apreciar un dolor inimaginable. Este se sentía como si a través de cada poro se introdujera una aguja a punto de fundirse. El dolor iba profundizándose en su cuerpo hasta que llegó a su sangre. Con cada palpitación del corazón fuego líquido se extendía hasta el último rincón de su cuerpo.

Ni siquiera Dante hubiera sido capaz de concebir tales castigos. Era sufrimiento puro e incesante. Vilo ya estaba agotado. Su mente solo le brindaba imágenes confusas. Todo en su vista se mezclaba, a veces distinguía un objeto, pero este tenía una forma totalmente diferente a la que recordaba.

A lo lejos grandes cortinas de humo escondían el filo del abismo, si es que este existía. El dolor empezó a ceder, Vilo se levantó de nuevo y empezó a caminar. El remolino de imágenes le confundían los demás sentidos. Altos edificios negros se levantaban a ambos lados del corredor de piedra. Al fin la muerte había caído, en aquel callejón ya podía reposar.

Mauro Trigueros Jiménez

jueves, 1 de mayo de 2008

Yo soy el Diablo

He comprobado en carne propia lo que es que fomenten una mala reputación. En serio, desde el inicio de los tiempos mi fama no ha sido, lo que podríamos decir, la mejor.

La verdad es que no puedo culpar a nadie, todos aman a la enfermera que entrega el bebé a la madre, pero nadie siente ni siquiera el mínimo sentimiento de afecto al enterrador que nos ciega por siempre de la imagen de nuestro padre.

Este es mi caso, todos aman al que crea las bellezas del mundo, pero cuando la opinión es hacia aquel que se encarga de su destrucción hasta yo tendría uno que otro insulto para dirigirle.

Pero, si no hay nadie que se encargue de transformar y derribar el orden establecido, no se habrían cansado ya todos los seres de siempre lo mismo, de una existencia sin emociones, retos, adversidades y hasta, por qué no, tragedias. Todo eso viéndolo desde una visión poco pesimista, porque, es igual de posible que si no existiera algo, o alguien, que se encargue de destruir y cambiar las cosas, estaríamos destinados a vivir en una eterna pausa, o peor aún, en una infinita descomposición y degradación del universo.

Cómo reconocer lo bello sin lo grotesco, lo satisfactorio sin lo aberrante, lo exquisito sin lo asqueroso. Cómo, te pregunto amigo mío, podrías ser feliz si yo no promoviera tu pesar.

Mauro Trigueros Jiménez