viernes, 6 de junio de 2008

Apolo

Para Faby,

Por ser mi inspiración y alentarme siempre.

Mucho antes de que esta era empezara, existía una verde península con grandes bosques donde un magno señor gobernaba tranquilamente hasta más allá de donde la vista era capaz de llegar. En este hermoso reino los asuntos de cada quien eran llevados sin preocupación ya que nada existía que comprometiera la armonía o que provocara peligro.

En una pequeña casa de uno de estos bosques vivía un joven y apuesto cazador llamado Apolo. Desde muy niño se interesó por las grandes decisiones que se tomaban en la capital de su patria, en las cumbres del monte Nabil, sin embargo, sabía muy bien que su arte era la caza. Llevaba siempre consigo un arco, un carcaj lleno de sagitas y una imponente lanza.

Uno de aquellas tardes en las que Apolo caminaba entre los arboles del bosque, mientras buscaba algún animal que acechar, se escuchó una sublime melodía. Apolo no sabía distinguir bien si era un canto, podía ser también la tonada de un arpa. Siguió el sonido adentrándose más y más por los angostos senderos hasta que se encontró frente a la espalda desnuda de una joven.

Disculpa bella doncella, soy Apolo, he escuchado un hermoso sonido y ha resultado ser tu voz, ¿quién sos?

La joven volteó ligeramente su cuerpo, sin embargo su desnudez quedó cubierta por un fuerte resplandor que emanaba del cuerpo de la doncella.

Mi nombre es Dafne. Me maravilla que estés aquí, nadie que ha escuchado mi canto ha podido encontrarme. Sin embargo, esto quiere decir que ya me puedo retirar de estos bosques, pues mi espíritu es libre.

¡No te vayas! –exclamó Apolo− ven conmigo, juntos viviremos disfrutando de las bondades de esta tierra.

No puedo hacerlo, adiós.

Dafne se levantó y corrió a través del bosque. Apolo la siguió gritando su nombre hasta que llegaron a un acantilado donde Dafne se lanzó. Apolo asustado dirigió su mirada por el borde, vio entonces como un fuerte destello se elevaba hasta el cielo para explotar en miles de pequeños puntos que iluminaron el oscuro cielo de luna nueva.

Apolo se quedó un buen tiempo observando estos nuevos puntos en el cielo, las nuevas estrellas. Más tarde se levantó, atrapó a un par de liebres y se dirigió a su casa, pues Leto, su madre, debía estar preocupada.

Después de eso, cada noche que él salía a cazar, la más hermosa de todas las estrellas bajaba y se unía al cuerpo de Apolo, dándole a este un fuerte resplandor. Desde entonces el joven y apuesto cazador fue reconocido bajo el nombre del “resplandeciente”.

Mauro Trigueros Jiménez