miércoles, 30 de abril de 2008

Desnudo en el Pretil

Si no… justamente el día más frío del mes tenía que pagar la apuesta del partido. Como supuse que así no me dejarían subir al autobús, agarré lo primero que tenía a mano… ¡Qué mala suerte para la bata de biología de mi hermana!

Ya frente al edificio, un enorme girasol me observaba como si me estuviera sonriendo de manera muy burlona. Creo que él sabía lo que se avecinaba.

Adiós bata, hola todo el mundo. Así como nací sólo que esta vez con un poco más de pelo caminé frente a la línea de personas que me veían con sorpresa.

¡Mae, vea que vacilón, ese compa anda chingo! –escuché por ahí.

Creo que hubiera sentido un poco más de vergüenza si la corriente de viento no hubiera estado tan helada.

Si mi amigo estaba presente o no para comprobar si cumplí mi apuesta, no lo supe, porque en menos de dos minutos escuché la esperada voz autoritaria.

− Muchachito, tápese un poco y me acompaña a la patrulla que esto no es un circo.

Creo que la chiflada que siguió a estas palabras debió de haberse escuchado allá por las piscinas. O tal vez no, siendo optimista diré que solamente una docena de personas se habrán dado cuenta.


Mauro Trigueros Jiménez

viernes, 11 de abril de 2008

Marisol

En un fresco valle de algún país latinoamericano existió una vez una sublime dama. Marisol era su nombre, y sus encantos eran tantos que su padre tenía que rechazar a por lo menos media docena de pretendientes cada semana. Marisol estaba consciente de la situación, pero su corazón ya estaba entregado a alguien, su juventud.

Marisol cuidaba con esmero su belleza cada día. Dedicaba el tiempo entre el alba y el ocaso tratando mediante diferentes técnicas a conservar su suave y perfecta imagen. Así siguió siendo durante las restantes dos décadas que su padre estaría con vida. El único cambio fue el paulatino descenso de las visitas de los pretendientes. Marisol se imaginaba que esto ocurría porque ya ellos sabían cual iba a ser el desenlace de su visita.

Pasaron los años y Marisol seguía observando esa hermosa imagen del espejo. Un día ya ningún pretendiente tocó su puerta y de esa manera ella por fin sintió una completa alegría en su corazón. Deseaba tener privacidad para manifestar ese amor entre ella y su querida juventud.

Un día, siendo ya octogenaria y todavía enamorada de su imagen y juventud, Marisol bajó para recibir el correo. Solo había un sobre que se lo mandaba una prima y que contenía una foto y una nota: “Marisol, esta sos vos y tu padre hace 60 años.”

Marisol miró la foto y quedó horrorizada. Esa no era ella. No podía serlo. Subió tan rápido como su vieja cadera se lo permitía y se miró al espejo.

− ¡Nooo! –gritó y empezó a llorar desconsoladamente.

Cuando logró tranquilizarse un poco, se incorporó y se miró al espejo. La imagen era la de una anciana, con todas sus arrugas y sus canas. Una hermosa anciana se podría decir. Pero para Marisol la imagen era horrible, la detestaba.

Desde entonces Marisol nunca más volvió a sentir felicidad. Odiaba al tiempo, al espejo, a la foto, a su padre, a los pretendientes, los odiaba a todos. Le habían robado lo único que ella tenía, su juventud.


Mauro Trigueros Jiménez

miércoles, 9 de abril de 2008

Pasillo 43

La vieja biblioteca abrió, como siempre, sus puertas a las nueve. Nos encontramos en el pasillo 43, que es mi favorito. En él se encuentran los libros más viejos de la ciudad. Se puede leer desde actas de independencia, libros de naturalistas del siglo XVIII y antiguos periódicos.

Como se podrán imaginar me gusta leer, pero esta no es la razón por la que me encuentro aquí. Estoy en este lugar para pintar. Pintar cuadros en mi mente donde cada libro es un tono diferente.

Cuál es mi método, se preguntarán. Depende del tipo de obra que desee pintar. Si fuera un cuadro impresionista acercaría mi nariz a un libro y aspiraría de manera entrecortada sus páginas. Si quisiera, por el contrario, hacer un fresco me dejaría embriagar por el aroma de algún libro especialmente viejo. Cabe recordar que un libro es como un buen vino, hay que dejarlo añejar.

Fue costoso dominar la técnica, pues ningún libro, aunque sea idéntico en apariencia y edad, huele igual a otro. Hay veces que quisiera pintar algo en espacial, pero como no recuerdo donde estaba cierto libro, tengo que volver a empezar.

¡Ay! Pero miren la hora. Se me ha pasado el tiempo contando esto. Ahora debo retirarme pues el sol ya calienta los libros y mis pinturas estás más vivas que nunca.


Mauro Trigueros Jiménez

miércoles, 2 de abril de 2008

Hombre Nuevo

La hora del día se dejaba ver en el tono dorado de las hojas. Ahí estaba él mirando el paisaje, como todas las tardes. Su figura semejaba la de un titán de bronce. Que imagen tan potente, costaba creer que perteneciera a un hombre cualquiera.

Su mirada siguió postrada en el panorama unos cuantos minutos más. Cansado como estaba agradeció al aire poder descansar aunque fuera hasta la madrugada siguiente. Por fin, tornó su espalda al espacio y se dirigió al árbol más cercano.

Apoyó su fusil contra el tronco y descansó su cuerpo en este. Sacó de uno de sus bolsillos su gastada pipa, y le pidió a un camarada cercano un poco de tabaco. Mientras la alistaba repasó en su mente las acciones del día. En el alba habían atacado el regimiento del ejército y no habían tenido una sola baja, es más, cuatro soldados decidieron unírseles.

Siempre debía tener mucho cuidado cuando esto ocurría, pues no podía negar el ingreso a quien quisiera acompañarlos, pero cada nuevo integrante significaba un resentimiento en la disciplina y un potencial traidor.

El día siguiente debían partir muy temprano, pues las fuerzas del dictador seguramente estarían buscándolos por esa zona. Debían volverse invisibles por lo menos hasta que recibieran instrucciones de coordinación procedentes de la primera columna.

Empezó a fumar su pipa y se sentó en la base del árbol. Abrió su maletín y sacó un descuidado cuaderno y un lápiz. La poesía, a diferencia de la tiranía y la guerra, era inmortal, él lo sabía, es más, esta era la razón por la cual la escribía.

Empezó el trazo del primer verso cuando se escuchó el sonido de un helicóptero. Este no lo distrajo mucho pues era uno de los sonidos más conocidos en la selva, lo había escuchado desde el primer día de su lucha en la guerrilla. Continuó escribiendo hasta terminar la primera estrofa.

A ti también te duele,

el sufrir de mi gente.

Por esto es que te amo

dulce patria fuerte.

El sonido del helicóptero creció más y más. Los otros guerrilleros ya le gritaban para que se tirara al piso. Puso su cuaderno junto a su pecho y rodó en la tierra. El helicóptero pasó justamente encima del campamento.

Cuando parecía que el peligro se alejaba, rugió un silbido de muerte. Un misil había sido disparado. Luego del sonido de la fuerte explosión, se levantó rápidamente y se posó donde había estado hace un tiempo. El paisaje otrora hermoso no era ya más que un montón de árboles en llamas.

Sin pensarlo juntó el fusil y se lo colgó al hombro, dio la orden a sus camaradas y se internaron en lo profundo de la selva.


Mauro Trigueros Jiménez