miércoles, 2 de abril de 2008

Hombre Nuevo

La hora del día se dejaba ver en el tono dorado de las hojas. Ahí estaba él mirando el paisaje, como todas las tardes. Su figura semejaba la de un titán de bronce. Que imagen tan potente, costaba creer que perteneciera a un hombre cualquiera.

Su mirada siguió postrada en el panorama unos cuantos minutos más. Cansado como estaba agradeció al aire poder descansar aunque fuera hasta la madrugada siguiente. Por fin, tornó su espalda al espacio y se dirigió al árbol más cercano.

Apoyó su fusil contra el tronco y descansó su cuerpo en este. Sacó de uno de sus bolsillos su gastada pipa, y le pidió a un camarada cercano un poco de tabaco. Mientras la alistaba repasó en su mente las acciones del día. En el alba habían atacado el regimiento del ejército y no habían tenido una sola baja, es más, cuatro soldados decidieron unírseles.

Siempre debía tener mucho cuidado cuando esto ocurría, pues no podía negar el ingreso a quien quisiera acompañarlos, pero cada nuevo integrante significaba un resentimiento en la disciplina y un potencial traidor.

El día siguiente debían partir muy temprano, pues las fuerzas del dictador seguramente estarían buscándolos por esa zona. Debían volverse invisibles por lo menos hasta que recibieran instrucciones de coordinación procedentes de la primera columna.

Empezó a fumar su pipa y se sentó en la base del árbol. Abrió su maletín y sacó un descuidado cuaderno y un lápiz. La poesía, a diferencia de la tiranía y la guerra, era inmortal, él lo sabía, es más, esta era la razón por la cual la escribía.

Empezó el trazo del primer verso cuando se escuchó el sonido de un helicóptero. Este no lo distrajo mucho pues era uno de los sonidos más conocidos en la selva, lo había escuchado desde el primer día de su lucha en la guerrilla. Continuó escribiendo hasta terminar la primera estrofa.

A ti también te duele,

el sufrir de mi gente.

Por esto es que te amo

dulce patria fuerte.

El sonido del helicóptero creció más y más. Los otros guerrilleros ya le gritaban para que se tirara al piso. Puso su cuaderno junto a su pecho y rodó en la tierra. El helicóptero pasó justamente encima del campamento.

Cuando parecía que el peligro se alejaba, rugió un silbido de muerte. Un misil había sido disparado. Luego del sonido de la fuerte explosión, se levantó rápidamente y se posó donde había estado hace un tiempo. El paisaje otrora hermoso no era ya más que un montón de árboles en llamas.

Sin pensarlo juntó el fusil y se lo colgó al hombro, dio la orden a sus camaradas y se internaron en lo profundo de la selva.


Mauro Trigueros Jiménez

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