miércoles, 27 de mayo de 2009

La Joven Obrera

Antonieta había salido temprano de la reunión. Juan, su pequeño hermano de apenas una década de edad, y que físicamente aparentaba aún menos, había conseguido un trabajo como tipógrafo en una de las nuevas imprentas que el Congreso Nacional había establecido en la capital. La joven obrera Antonieta quería llegar temprano a su casa para interrogar a su hermano sobre su nuevo oficio.

- Disculpe compañera, ¿le importa si me voy antes de que acabe nuestra reunión?, es que necesito ir a mi casa para una cuestión de mi hermano menor –le había consultado Antonieta a Isabel Carvajal, a la querida compañera Carmen, como se le conocía con cariño a la dirigente del grupo feminista al que pertenecía la joven trabajadora.

- Claro compañera –le había respondido Carvajal con su característica sonrisa, sin embargo luego cambió su expresión a una de profunda tristeza y agregó- es una lástima que su pequeño hermano tenga que estar trabajando en lugar de poder estudiar, pero vaya y dele mis mejores deseos al muchachito en su nuevo trabajo.

Antonieta seguía caminando en dirección a su casa, sin embargo, no lograba sacar de su mente la imagen de la compañera Carmen. Antonieta le tenía una gran admiración y un aún mayor afecto. Cuando Juan era aún más niño tanto la compañera Carmen como la compañera Luisa le habían ofrecido a Antonieta que su pequeño hermano fuera a una escuela de bebés, como le decía la gente, que ellas dos dirigían.

- ¡Antonieta, Antonieta…! –La devolvieron a la realidad unos llamados desde la espalda- Antonieta, aquí estoy, ¿ya vas para la casa?, te esperaba más tarde, ¿no tenías reunión con la Tía Panchita? – Juan alcanzó a la joven en el camino de lastre que conducía a las barriadas de proletarios en donde ambos hermanos vivían.

-¡Juan!, ¿cómo te fue en el trabajo hoy?; sí, hoy teníamos reunión con la compañera Carmen, apenas salimos de la lavandería nos fuimos todas para allá. –le contestó Antonieta a su hermano- pero eso no importa ahora, ¿contame como estuvo todo hoy?

Juan comenzó a relatarle a su hermana sobre su primer día de trabajo en la imprenta del Congreso. Un señor de aspecto rígido y con aliento a alcohol, el supervisor de los aprendices de tipógrafo, le había recibido con una orden para que limpiara el taller. Cuando el niño había terminado su tarea el supervisor le dijo que ocupaba que fuera a recoger unos manuscritos donde el portero del edificio del Congreso. Cuando regresó el supervisor lo había recibido con una amenaza:

- Mire carajito, allá está el director de la imprenta, si hace algo que me deje en mal frente a él le aseguro que aquí no vuelve a trabajar nunca más.

- Que señor este más incómodo –le respondió su hermana a Juan luego de que terminó de relatarle su jornada- pero no te preocupés, yo se que a vos te va a ir muy bien ahí en la imprenta.

Un día de esos, cuando ya Juan había logrado ajustarse a la dura dinámica laboral de la imprenta, mientras estaba en un descanso se encontró en la calle con un amigo suyo de la barriada que se dedicaba a vender periódicos al pregón en San José.

- Juan, ¿no me querés hacer un favor?- le preguntó Joaquín, el joven pregonero, y continuó:- yo se que vos sabés leer, decime que dice aquí.

- Dice que el periódico La Prensa abre un concurso de la delegada de honor de la obrera costarricense, a la ganadora le dedicarán un espacio en el periódico con una foto, trae un cupón para la que quiera participar –respondió Juan y en eso se le ocurrió- ¡uy, Antonieta podría participar y seguro ganaría, aunque ella jamás enviaría el cupón, pero no importa, ¿Joaquín no me regalarías un periódico?

- ¡Ay Juan, es que me lo cobran!, - sin embargo agregó- pero como tu hermana es muy linda y me cae muy bien te voy a dar la página donde sale el cupón.

Las semanas pasaron, las cosas iban muy bien para los hermanos huérfanos Juan y Antonieta. Gracias a la ayuda de la compañera Carmen, Antonieta y sus compañeras lavanderas habían logrado que les aumentaran el salario y que les redujeran la jornada de trabajo a solo diez horas y que además les dieran un día libre en la semana.

Gracias a este nuevo tiempo libre, Antonieta trabajaba más para el grupo de feministas al que formaba parte. La compañera Luisa le había facilitado muchos libros interesantes que le habían logrado explicar que los intereses de ella y de todos y todas las trabajadoras del mundo eran los mismos, que por lo tanto era necesario que lucharan juntas y juntos en lugar de estar compitiendo.

Una tarde, en que estaba Antonieta leyendo en el local del grupo, apareció una compañera lavandera con una expresión alarmista y se hincó jadeando frente a la joven.

- Antonieta, me acaban de avisar que a Juancito le pasó algo en la imprenta, lo llevaron a la clínica pero ahí no lo quieren atender porque es solo un niño sin dinero.

Antes de que la pálida y asustada Antonieta pudiera hacer nada, la compañera Carmen se levantó de una silla en la que estaba sentada escribiendo y dirigiéndose a la joven le dijo:

- Antonieta vamos a la clínica rápido, yo te acompaño.

Mientras las mujeres caminaban rápidamente hacia la clínica, Joaquín, el pregonero, las interceptó. Con lágrimas en los ojos y gimiendo le dijo a la pobre Antonieta:

- Antonieta…, mientras Juan limpiaba la prensa de la imprenta un marco de madera se rompió y una plancha de hierro le cayó sobre la cabeza. Los aprendices fueron donde el supervisor y le contaron lo sucedido pero al viejo ese no le importó nada –gimoteaba el niño-. Los otros muchachos tuvieron que llevarlo a la clínica, pero no lo quisieron atender, y ahí en la acera frente a todas las personas que pasaban se nos murió Juan, en los brazos de sus compañeros.

- Ay, ¡Dios mío!, se me murió mi hermanito –gritaba desesperada la joven.- ¿Dónde está él? Quiero verlo, llevame Joaquín.

- No Antonieta, no voy a permitir que veás a tu hermano así –dijo la compañera Carmen y dirigiéndose a Joaquín le dijo- chiquito, acompañá a Antonieta a la casa de ella –y volviéndose hacia la joven- yo me voy a encargar de Juancito, no se vaya de su casa hasta que yo llegue.

Apenas llegaron a la casita Antonieta fue corriendo hacia el colchoncito en el suelo que funcionaba como su cama y comenzó a llorar desconsoladamente. Un rato después el pequeño Joaquín se le acercó y le dijo:

- Antonieta, yo se que ahora no es el momento, pero es que en la entrada estaba este sobre, tomá.

La joven tomó el sobre y lo abrió. Cogió la carta y la empezó a leer lentamente. Cada palabra era como un golpe en su joven corazón:

Estimada Antonieta Soto:

De parte de la dirección del diario La Prensa nos es un enorme placer informarle que usted ha sido reconocida como la Delegada de Honor de la Obrera Costarricense. Aunque el reglamento del concurso indica que solo pueden participar aquellas personas que hubieran enviado personalmente el cupón, y en su caso el mismo fue enviado por su hermano Juan Soto, la carta adjuntada en la que las distinguidísimas damas Isabel Carvajal y Luisa González dan fe de sus enormes méritos, nos hemos visto gustosamente obligados a reconocerla como…

Antonieta no soportó más, dejó la carta, totalmente húmeda por sus lágrimas, sobre el colchón y fue a abrazar a la querida compañera Carmen que acababa de entrar, la joven obrera nunca se había sentido tan miserable como en esos momentos.

Mauro Trigueros Jiménez

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